martes, 10 de febrero de 2009

VERÓNICA


Verónica susurraba lentamente su agonía y la sangre brotaba lentamente desde sus fauces. Gemía por auxilio, pero en ese instante nadie escuchó sus súplicas por vida.
Como siempre sucede en este sistema iluso e incomprensivo, que busca financiar sus más oscuros pensamientos.
Su cabello desdeñado, más la ropa que llevaba consigo creaban una imagen fantasmagórica. Verónica nunca entendió que después de todo aquel tiempo, nadie la escuchara, tal como ese instante. Incluso ya en una conformidad de su ser, sabiendo que vendría lo peor, insistió en gemir más fuerte. En levantar la voz desde las cavernas de la prehistoria. Buscando la evolución.
Verónica tenía una carrera y prontamente su porvenir tanto económico, como profesional se verían recompensados. Su imagen dentro de la sociedad calzaba perfectamente. Sin embargo, era un payaso con un buen maquillaje. El cual con mensajes subliminales le decía al sistema que la estaba pasando mal, pésimo.
Verónica nunca pensó que un golpe se transformaría en una bala que atravesaría su pulmón. No comprendió la idea de un ser con el cual; decidió estar toda la vida.
Claro, tal vez aquella cachetada que le propinó, después de una álgida y efusiva discusión. Pudo haber sido un arrebato. Eso pensaba Verónica. Que tal vez aquel arrebato había sido del momento.
Ese frenesí se volvió contra aquella percepción en su grado máximo. Y sin pensarlo dos balas atravesaban su pulmón izquierdo. Y aquellos ojos desenfrenados a los cuales en algún tiempo les dijo “sí, acepto”, “juro estar toda la vida contigo”, “te amo” pasaban como flash-back en aquel instante cayendo abruptamente y siendo arrastrada a un punto en el cual fuese imposible para los oídos del sistema escuchar el desgarro de aquella voz frágil y femenina.

Verónica me inspiraba en los ratos de ocio y después de aquellos dos balazos que escuché, un tercero se propagó por todo el vecindario. Mas las voces que se alzaban producto de que algo había caído abruptamente al suelo, desde el quinto piso. Provocaron que saliera tímidamente de mi apartamento, dos policías me apuntaron con sus armas. Levanté las manos, y turbado les dije que no entendía lo que sucedía.
-Es allá- señaló uno. Y como si un espectro me hubiese espantado, cerré por dentro mi puerta y gélido, apoyé la cabeza sobre la madera.
Y comprendí que no había hecho nada cuando supe que Verónica estaba a diez metros de distancia.