jueves, 5 de marzo de 2009

AMALIA Y ANTONIO















En un café se encontraron, en medio de la multitud, como si lo hubiesen predecido. El aire, las nubes e incluso el sol estaban perfectos en sus grados precisos, para iluminar los rostros de estos amantes.
Tomaron asiento Amalia y Antonio; ella con semblante perfecta y él un caballero por donde le vieras, para emprender un viaje que los transportara más allá de sus miradas. Que el universo girara rápidamente, y sin titubear elegir un destino, como en una ruleta rusa. Cuando el arma gira, gira, gira y decididamente cierras la caja portadora de muerte instantánea. De esa forma, elegir su suerte ambos amantes… locos de furor.
El mesero les ofreció refrescarse, para bajar la intensidad de las llamas que emitían en aquel lugar. Aceptaron. Y tímidamente como si no se conociesen, como si fuera la primera vez que se veían, se saludaban. Así eran sus encuentros diarios, apasionados, furtivos, temerosos. No existía un vicio constante de las ideas, nunca existió un vacío siempre pensaban en que si la vida deparaba lo peor, que así fuese. Ya estaban conformes sus almas de haber encontrado aquel complemento eterno. Una llama que no extingue su fulgor.
En aquel café reían y propagaban hacia todos los asistentes partículas electrónicas que inyectaban feromonas como un remedio para el cuerpo.
Amalia lo observaba con intimidantes ojos, con su boca suave y perfecta. Y aquel perfume entre tabaco y vainilla que emitía esta musa de poemas, se introducía lentamente por las vías nasales, impregnándose en la mente de Antonio por siempre.
Él dócilmente la sujetó de hombros y con un gesto casi paternal, pero obsceno. Hizo que sus labios se humedecieran de aquella boca pintada femeninamente.
Escaparon de aquel café y entre las calles un candombe los acompañaba. Sus lenguas se convirtieron en una y las caricias en aquellos pasajes del puerto alucian un notorio aceleramiento de sus pulsaciones. Al igual como se les erizaban los vellos, Antonio lentamente tocaba su cuerpo completamente sin pudor alguno. Ya estaba atardeciendo, y aquellas calles que en un momento se iluminaron con su presencia; se apagaban a medida que éstos se alejaban.
Antonio la acorraló en un pasillo bajó su mano lentamente por sus espigadas piernas, podía percibir la delicadeza de aquel cuerpo sensual y un calor que recorría a Amalia por su cintura. Cayeron en un transe, y se olvidaron del mundo al encontrarse en una encrucijada de pasión y erotismo. Sus cuerpos se fusionaban al ritmo del tango y el candombe ya que ahora se notaba en sus movimientos placenteros. Un perfecto balance, y unas manos que se volvían locas cuando recorrían cada espacio de la fisonomía. Descubriendo, dejarse ser dirigidos y que el chacras alimentara los pensamientos indecentes, que en ese instante amenazaban con estallar al mundo.
Sus voces, gemidos y palabras complacientes de un notorio suceso corporal ardiente. Los llevaron a recorrer la costanera, ahora eso sí; bajo la penumbra y la brisa marina que sirvió para llevarlos lentamente por los aires, tal cual como a las hojas que en otoño alicaen naturalmente y que en su último vivir se dejan llevar por el señor viento a un destino incierto.
Amalia y Antonio después de las doce de la noche se separan en aquel mismo lugar con un beso, y una caricia. Sin miedo alguno. Por que tener miedo Antonio –insegura. -¿Y quién tiene miedo?- seguro con su tono.
Se despiden bailando suavemente, antes de que sus vistas se pierdan en un algún punto del espacio.

…Aquel perfume todavía permanece en la costanera y en mi café el tabaco se fusiona, Amalia pronto llegará.

1 comentarios:

Anónimo dijo...

todo un bukowski :)

me gustó la historia de Amalia y Antonio...

un abrazo, Jenn. (la valdosha)